Se dice que las personas torpes están habituadas a tres verbos fastidiosos: chocar, tropezar y romper. Van por ahí tirándolo todo, ...
Se dice que las personas torpes están habituadas a tres verbos fastidiosos: chocar, tropezar y romper. Van por ahí tirándolo todo, con el “perdón” siempre en la boca.
Pero ¿qué sentido tiene la torpeza? Todas las veces que se excusan con el clásico "Yo no he sido", ¿obedecen en realidad a un rasgo indeleble de su personalidad? Según la ciencia, puede ser así.
El profesor Charles Swanik y su equipo de la Universidad de Delaware en el año 2007 trabajaron con un grupo de atletas para descubrir por qué ciertas personas parecían más propensas a desarrollar lesiones accidentales.
Como muestra seleccionaron a 80 atletas –de entre 1500 analizados– que habían sufrido lesiones relacionadas con la torpeza. Swanik encontró algunos rasgos distintivos. Según el estudio, los deportistas seleccionados mostraron peor desempeño en las pruebas de memoria visual y verbal, escasez de equilibrio, lentitud en el tiempo de reacción y menor “velocidad de procesamiento”.
Atención a este último punto. La velocidad de procesamiento se asocia al momento de distracción en el que, consciente o inconscientemente, se interrumpe la conexión entre músculo y cerebro. A partir de aquí hay dos versiones de la teoría.
La primera dice que las personas torpes tienen mayor dificultad para unir la información recibida y la toma de una decisión posterior.
La segunda argumenta que los distraídos son más lentos por la complejidad de procesar varios datos a la vez.
Si caminan ensimismados en mil pensamientos, ¿cómo no van a tropezar? La buena noticia es que esa distracción permanente está muy vinculada a la creatividad.
Dejando de lado el patrón neurofisiológico, los esfuerzos se han centrado en determinar las etapas vitales en las que nuestra falta de pericia está más acusada. Es el caso de la adolescencia, donde el cuerpo crece torpe y descontrolado, o la vejez, cuando pasamos de centrarnos en los movimientos que trazamos para alcanzar un objeto a fijarnos, únicamente, en nuestro cuerpo y en el objeto.
Así, tras revolver estos ingredientes en la coctelera, salen testimonios de personas torpes como el siguiente:
“Es divertido la mayor parte del tiempo, pero a veces resulta peligroso o molesto. Cuando era pequeño parecía que tenía problemas para dar un paso sin resultar herido. Más tarde, siendo más consciente, empecé a acostumbrarme y dejé de estresarme por ello. Simplemente me alegro cuando no me caigo. Cuando ocurre algunos se ríen y otros, la mayoría, se preocupan. En general la gente lleva bastante bien mi torpeza”.
Que la gente lleve bien la torpeza parece la mejor solución. Algunos proyectos proponen paliarla mediante remedios sospechosamente milagrosos, tratamientos basados en la memoria o en la concentración, sin embargo, hasta la fecha, la empatía ha sido una aliada inmejorable.
Cuando se caen les duele y cuando rompen algo aún duele más. Si se trata de una cuestión irresoluble y la gente se ríe con la torpeza, ¿para qué sufrir? Hay que comprenderlos.
COMENTARIOS