El profesor Olmedo Beluche, regala para
conocimiento de los miles de interesados en analizar los acontecimientos que
rodearon al Istmo de Panamá en la trama antes de la construcción del Canal de
Panamá que originó la emancipación de Panamá de la Gran Colombia con el apoyo
de su padrino Los Estados Unidos de Norteamérica.
¿“LEYENDA NEGRA” O CRUDA REALIDAD?
Por Olmedo Beluche
En Panamá se ha denominado “leyenda
negra” a las interpretaciones de los acontecimientos del 3 de noviembre de 1903
que muestran el papel jugado por la intervención norteamericana en la
separación de Colombia. Con este calificativo se ha pretendido desacreditar
obras como la de Oscar Terán (Del Tratado Herrán-Hay al Tratado Hay- Bunau
Varilla), de Ovidio Díaz E. (El país creado por Wall Street) o la mía (La
verdadera historia de la separación de 1903). Analicemos algunos de los
argumentos esgrimidos contra estas versiones, a ver si se trata de una
“leyenda” o un análisis objetivo.
1. “No hubo intervención norteamericana”.
Si uno lee los libros de texto utilizados en nuestras escuelas, no encuentra
ninguna participación norteamericana en los acontecimientos. La versión de J.
B. Sosa y E. Arce (Compendio de Historia de Panamá), primera historia oficial,
salvo una rápida mención del Sr. Shaler (“amigo de la separación”) en Colón, y
del acorazado Nashville que “hizo desembarcar una fuerza… para proteger la
salida del tren … y los intereses y vidas de los extranjeros de aquella
localidad”, pareciera que Estados Unidos no tuvo mucho que ver con los hechos.
Lo mismo puede decirse de Datos para la
Historia de José A. Arango, fuente privilegiada de lo que se ha llamado
“leyenda dorada”, para quien los norteamericanos sólo juegan un papel
secundario, de apoyo al movimiento. Sin embargo, Arango deja entrever la participación
de algunos personajes como Beers, Shaler, Prescott y un “caballero” que no
nombra en Nueva York (William N. Cromwell).
Basta un poco de curiosidad para indagar
quiénes eran estos señores y la “leyenda dorada” se viene al piso, quedando al
descubierto el nexo de intereses imperialistas que los unía a la Compañía del
Ferrocarril de Panamá, a la Compañía Nueva del Canal (francesa) y a lo que se
jugaban en el Tratado Herrán-Hay. Todos ellos, incluyendo Arango y Amador
Guerrero, laboraban para dicha transnacional y tenían como su jefe y cerebro de
la conspiración a William N. Cromwell.
La leyenda dorada también “olvida”
mencionar que Teodoro Roosevelt ordenó el arribo a Panamá de hasta diez
acorazados: Nashville, Dixie, Atlanta, Maine, Mayflower, Praire, Boston,
Marblehead, Concord y Wyoming. Ver la obra de McCullough (El cruce entre dos
mares) o la novela de Jorge Thomas (Con ardientes fulgores de gloria).
2. “Hubo intervención, pero la idea de la
separación es de Arango”. Ante el cúmulo de evidencias, los más inteligentes
analistas panameños se mueven a lo que se ha llamado la “versión ecléctica”, es
decir, no niegan la intervención yanqui, pero la atenúan diciendo que los
conspiradores panameños tuvieron la idea de proclamar la separación
independientemente de los Estados Unidos. Aceptan que Roosevelt deseaba “tomar
el Istmo” por la fuerza ante el rechazo del Tratado Herrán-Hay, alegando
“razones de utilidad internacional”, pero que el móvil de los próceres era
distinto y nacionalista.
Autores como J. Thomas o Humberto Ricord
(El 3 de noviembre visto desde el centenario. Tomo I) sostienen que son los
conspiradores panameños los que tienen que convencer al gobierno norteamericano
de apoyar la separación que ellos han planeado. La base para esta
interpretación, son los “Datos” de Arango, según el cual, a él se le ocurre la
idea por mayo de 1903 y manda primero al “noble Capitán Beers” y luego a Amador
a Estados Unidos a buscar apoyo.
Pero los hechos contradicen a Arango,
porque el Sr. Beers llega a Estados Unidos a comienzos de junio, pero ya el 13
de ese mes, Cromwel ha hecho publicar, por medio del periodista R. Farham, un
artículo en un diario neoyorkino, en el cual se vaticina la separación de
Panamá con lujo de detalles, si el tratado es rechazado por el Congreso
colombiano. Ricord, que cita el artículo con profusión, pasa por alto el
párrafo en el que se dice que, a esa fecha, ya Roosevelt ha estudiado el plan y
lo ha discutido con su gabinete y con muchos senadores. Nadie puede creer que
Beers haya logrado tanto en un par de días.
3. “No hubo sobornos en Panamá”. En un
reciente artículo aparecido en Mosaico, Julio Linares Franco, apoyándose en un
discurso del Dr. Carlos Arosemena Arias, sostiene que no hay evidencias de
sobornos a los próceres, por lo cual estamos ante una difamación.
Les recomiendo a ambos leer las Memorias
de Don Tomás Arias (1977, pág. 27) donde dice: “Conservo en mi poder, inéditas
y originales, las cuentas presentadas a la Junta de Gobierno para su aprobación
y finiquito por valor de DOSCIENTOS OCHENTA Y CINCO MIL OCHOCIENTOS UN BALBOAS TREINTA
Y TRES CENTAVOS ($ 285.801.33) por el señor Eduardo Isaza, quien desempeñó el
cargo de Intendente General del Ejército durante el período de transición, en
las cuales consta, por medio de recibos auténticos, las varias erogaciones que
hubo necesidad de hacer para pagar servicios prestados por algunas personas que
tomaron parte en el movimiento separatista”.
Como dicen los juristas: a confesión de
parte, relevo de pruebas. Obsérvese que se habla de “algunas personas”, sin
restringirla a los miembros del ejército de Huertas. A los soldados y oficiales
se le pagó una suma inferior a ésta (ver obra de Ismael Ortega), lo que indica
que hubo civiles que también cobraron. A lo cual podemos agregar el análisis de
las incongruencias presupuestarias de los primeros meses de la nueva república,
realizado por Ovidio Díaz en las páginas 228-229 de su libro. Si esto no basta,
leáse las Memorias de Esteban Huertas donde acusa a Amador de intentar
sobornarlo.
4. “No hay evidencias de un negociado con
las acciones del Canal francés”. Tanto Julio Linares, como el historiador
Fernando Aparicio (En defensa del 3 de noviembre, inédito) se empeñan en negar
que hubo un negociado dirigido por Cromwell y un grupo de norteamericanos que
compraron en secreto gran parte de las acciones de la Compañía Nueva del Canal,
invirtiendo 3.5 millones de dólares, y obteniendo 40 millones de su gobierno.
Según ellos, carecen de crédito las evidencias presentadas en 1912-13 ante el
Congreso norteamericano (compiladas en The Story of Panama) por estar basadas
en los intentos difamatorios del periodista Henry Hall, y en el alegato del
propio Cromwell ante una corte francesa para cobrar sus honorarios por los
servicios prestados a la Cía. Nueva del Canal.
El problema que tienen Linares y Aparicio
es que, como se puede ver en el libro de Ovidio Díaz (copias fotostáticas), es
que no estamos sólo ante la palabra de Hall, sino que existe evidencia
documental de puño y letra de Cromwell, tanto del Memorándum de Entendimiento
entre los especuladores de Wall Street (firmado el 25 de mayo de 1900), como un
Estado de Cuentas presentado por Isaac Seligman.
Además, constituye una evidencia
circunstancial la propia secuencia de los hechos: el papel protagónico de
Cromwell, la Cía. del Ferrocarril y sus empleados; así como el apuro ilógico de
Teodoro Roosevelt de pagar 40 millones a la empresa “francesa” que se hubiera
ahorrado de esperar uno meses a que vencieran sus derechos, como sugirió el
Congreso colombiano; así como la obstinación de la “Cía. Nueva” en no pagar a
Colombia ni un centavo de compensación como establecía el Acuerdo Salgar-Wyse.
5. “Cromwell no intervino porque dejó
plantado a Amador”. Este es otro mito sobre el que se han gastado muchas
páginas. Los hechos: junto a Amador viajó José G. Duque quien, a través de La
Estrella de Panamá fue el mayor defensor del Tratado Herrán-Hay. Duque fue
atendido primero por Cromwell, el cual le consiguió una cita inmediata con el
Secretario de Estado, John Hay; pero, tan pronto salió de la reunión fue a
visitar a su amigo Tomás Herrán, embajador colombiano, y le contó la trama
separatista y la presencia de Amador en Nueva York. ¿Por qué lo hizo? Tal vez
como un doble juego, por si algo fallaba.
La visita de Duque a Herrán motivó que
este último dirigiera una fuerte carta a Cromwell advirtiéndole que los
intereses que representaba en Panamá estaban en peligro si se involucraba en
promover la separación. Ello motivó al abogado a distanciarse de Amador, e hizo
llamar a su socio Bunau Varilla para tratar con el panameño. Aparentemente no
se molestó en explicárselo. Que Cromwell siguió moviendo los hilos de las
marionetas detrás del escenario queda probado por la participación de los
directivos de la Cía del Ferrocarril en los hechos (Beers, Shaler, Prescott).
6.“Todas las independencias han recibido
apoyo extranjero”. Sí, pero hay independencias e “independencias”. Una cosa es
cuando una nación en proceso de conformación forja soberanamente una política
de alianzas internacionales para respaldarse, como Washington con Francia o
Bolívar con Inglaterra. Otra muy distinta es cuando una potencia desgaja un
pedazo de la nación que desea debilitar en función de sus intereses propios.
Todos sabemos que Martí luchó por la independencia de Cuba, pero fue derrotado,
y que la Guerra de 1898 contra España por parte de EE. UU. no era en apoyo de
la emancipación cubana, sino para arrebatarle la isla al decadente imperio
español poniéndola bajo su dominación.
El mapa del mundo del siglo XX es
incomprensible si no se establece que muchos países y fronteras nacionales
fueron moldeados por las potencias capitalistas a su criterio, no atendiendo a
razones nacionales o históricas de los pueblos. Si no se entiende esto, no se
explican las guerras nacionales que siguen asolando al mundo: Yugoslavia,
Ruanda, Palestina, etc. Muchos países fueron creados artificialmente por
motivos geopolíticos: Taiwán frente a China; el fracaso del Congreso
Anfictiónico de 1826 por mano norteamericana; el fraccionamiento de
Centroamérica en cinco pequeñas repúblicas bananeras. La separación de Panamá
de Colombia se produce en este escenario. En la obra de Terán se prueba cómo
las resoluciones de la Junta Provisional emanaban primero de Bunau Varilla.
7. “Panamá es una nación diferenciada de
Colombia que intentó repetidas veces separarse”. Hay quienes pretenden que
Panamá es una nación desde hace 500 años (En los quinientos años de la Nación
panameña de Fermín Azcárate, Ricardo Ríos también). Este absurdo sólo es
posible si se ignora qué es una nación y no se le diferencia del concepto de
estado. El historiador F. Aparicio tiene este problema pues, además de deformar
nuestro planteamiento, termina señalando que Nueva Granada o Colombia fracasó
como nación porque fracasaron sus regímenes políticos, el liberal radical
(1863-85) y el de la Regeneración (1885-1903).
Si entendemos por nación una comunidad
cultural que se identifica con un pasado común, la lengua, la religión, etc.,
hasta el siglo XIX fuimos parte de la nación hispana. En este sentido,
constituían y aún es así, naciones diferentes las culturas indígenas no
asimiladas por la cultura española. La ruptura definitiva de Hispanoamérica no
quedó completamente planteada hasta que el liberalismo español se negó, en las
Cortes de Cádiz, a una reforma política que diera plena igualdad a los nacidos
allende el mar. Cada una de las repúblicas hispanoamericanas son fragmentos de
una gran nación que no llegó a constituirse por la intervención de ingleses y
norteamericanos, y el egoísmo de las oligarquías regionales.
Los llamados intentos separatistas de
Panamá de Colombia a lo largo del siglo XIX ameritan un estudio particular, que
en parte hemos hecho en Estado, nación y clases sociales en Panamá (Ed.
Portobelo), porque nuestros historiadores han descontextualizado los hechos,
después de 1903, para ponerlos como supuestos prolegómenos del 3 de noviembre.
La mayoría de las llamadas “actas separatistas” no expresaban otra cosa que
conflictos políticos entre liberales y conservadores, federalistas y
centralistas, comerciantes librecambistas y artesanos proteccionistas, y no un
conflicto nación oprimida versus nación opresora.
La lectura cuidadosa de libros como El
Panamá colombiano, de Araúz y Pizzurno, o el de Alfredo Figueroa N. (Dominio y
sociedad en el Panamá colombiano) evidencia que, nunca hubo una vocación
firmemente separatista entre las clases dominantes del Istmo y que, cuando
acariciaron la idea, ésta no tuvo por objetivo la creación de un estado
independiente, sino la sujeción o anexión al dominio inglés o norteamericano
(hanseatismo), a lo que se opuso el arrabal de Santa Ana y sus líderes
liberales.
8. “Los que defienden la leyenda negra
son unos analfabetas de la historia”. Cuando se acaban los argumentos
racionales, se recurre al insulto. El Prof. Ricardo Ríos no sólo nos ha
llamado, a Ovidio y a mí “analfabetas” (sin tomar en consideración la abundante
e irrefutable fuente bibliográfica en la que están basados nuestros libros), ha
dicho que nos “falta manejo científico de la hermenéutica y la heurística” y
que tenemos una “posición fundamentalista”. Sin embargo, para refutarnos el
Prof. Ríos no hace gala de ningún manejo hermenéutico, ni heurístico, se vuelve
puro sentimiento.
La historia como ciencia, y no como mero
relato subjetivo, tiene como fundamento los hechos, el acontecimiento (como
diría Braudel). Y, como toda ciencia requiere que la interpretación de los
hechos esté verificada por los datos empíricos que, en este caso, se
materializan en los documentos y testimonios. Como decimos en la introducción
de nuestro libro, todas las afirmaciones que allí hacemos están fundamentadas
en documentación debidamente refrendada por historiadores cuya seriedad y
prestigio no admiten duda: McCullough, Duval, Lemaitre, Gasteazoro y otros,
incluidos defensores de la leyenda dorada. Rebatirnos requiere rebatirlos a
ellos, y con documentos.
Que no estamos ante una visión
“fundamentalista” o “ideológica” lo prueba que en torno a estos hechos hay
unanimidad entre personas de diversas posiciones políticas y sociales: desde
historiadores como los citados, que no tienen nada de “comunistas”, hasta el
conservador Oscar Terán, el banquero Ovidio Díaz o el trotskista Olmedo
Beluche.
9. “Todos los panameños anhelaban la
separación”. Este mito tan repetido sólo se explica por la ignorancia. Algunos
haciendo un despliegue imaginativo, sin fundamento documental, aseveran que el
apoyo masivo al liberalismo istmeño en la Guerra de los Mil Días expresaba el
respaldo al separatismo, Todavía nadie ha mostrado alguna proclama liberal en
este sentido. Por el contrario, como probamos en La verdadera historia…,
Belisario Porras sí escribió contra el Tratado Herrán-Hay y contra la
separación de Colombia en mayo de 1903 (La venta del Istmo), y Victoriano
Lorenzo ante el pelotón de fusilamiento rogó por la “unidad de todos los
colombianos”, según Jorge Conte Porras.
En favor de que la mayoría de los
istmeños no participaban, ni corrieron a apoyar la separación, cito a un
apologista de los próceres, Ismael Ortega (La jornada del 3 de Noviembre de
1903 y sus antecedentes, 1931): Chiriquí no adhirió hasta el 29 de noviembre,
luego que enviaron un acorazado yanqui; los kunas se opusieron; los bocatoreños
fueron sorprendidos; en Azuero arrestaron al enviado de los separatistas; y en
Colón gritaron improperios a Eliseo Torres por retirarse sin pelear contra los
soldados norteamericanos. Según el historiador Carlos A. Mendoza (Radio Libre
22/10/2003), los liberales de Santa Ana que marcharon a las Bóvedas la tarde
del 3 de noviembre lo hacían bajo la convicción de que por fin el accederían al
poder. Según Terán el “pueblo” eran los bomberos al mando de J.G. Duque.
10. “Gracias a los próceres somos
independientes”. El acontecimiento también puede ser evaluado
retrospectivamente por sus consecuencias históricas. ¿Cuál es el legado del 3
de noviembre de 1903? ¿Un país independiente? No. Los próceres no nos legaron,
ni siquiera, una “independencia mediatizada”, como insisten sus defensores,
sino un “protectorado”, es decir una colonia controlada en todos los sentidos
por Estados Unidos. Quien lo dude, que repase el Tratado Hay-Bunau Varilla,
refrendado por ellos, y el artículo 136 de la Constitución de 1904.
¿Carecemos de pasado heroico y orgullo nacional? No. Pero el heroísmo y lo poco que tenemos de “independencia” no lo obtuvimos de los gestores del 3 de noviembre, sino de los verdaderos próceres que dieron su lucha, su sangre y su vida: los soldados de Coto de 1921, los trabajadores del Movimiento Inquilinario de 1925, la juventud de 1947, de 1958 y 59, y sobre todo los Mártires de 1964. A ellos debemos homenajear.
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