Gabriel J. Perea R. | 16 de marzo de 2022
Cuando las consecuencias causadas por la pandemia [del Covid-19] comenzaban a debilitarse y se atisbaba un respiro en el horizonte ocurre lo inimaginable, una guerra en Europa entre dos naciones que podría extenderse al continente si alguno intenta un movimiento que empero las cosas.
La economía mundial está al borde de un colapso inflacionario, los bancos centrales se preparan en los principales economías a aumentar las tasas de interés lo que ocasión casi un efecto domino sobre los otros países menos poderosos y dependientes.
El panorama es incierto y la guerra llegó para multiplicar por factores incalculables esa incertidumbre. Lo que ocurra afectara a las personas más vulnerables en los países con economías frágiles.
Todavía es demasiado pronto para dimensionar el grado en que el conflicto ahora limitado podrá alterar las perspectivas no de crecimiento, sino de recuperación con respecto a los anteriores acontecimientos causados por la pandemia.
Lo que está claro es que los precios de los alimentos y la energía subirán, ya lo hemos experimentado a escasos días del conflicto con los precios de la gasolina.
Añadamos que podría darse aumento en los alimentos junto con la escasez de suministros.
El conflicto ya ha causado que los mercados financieros entren en pánico provocando la venta de acciones en los principales mercados mundiales. En muchas economías en desarrollo como la nuestra la inflación alcanza niveles alarmantes.
La pandemia fue imprevista y devastadora, pero nos dejó lecciones aprendidas. La guerra ha sido imprevista pero sus efectos aún son desconocidos.
Es hora de que los gobiernos formulen políticas para amortiguar los efectos predecibles que este conflicto ocasionara en todas las economías del mundo.
Pero se ha marcado un antes y un después que tal vez no conozcamos sus efectos aún.
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