Uno de los significados de la palabra decencia nos dice que corresponde con la honradez y rectitud que impide cometer actos delictivos, ilícitos o moralmente reprobables. Tratándose de actores políticos nos refiere a que “un político debe conservar por encima de todo su decencia”.
Ser decente no es simplemente ser educado, poseer títulos académicos y tener buenos modales. La decencia expresa un proceder más profundo que la formación académica y la comunicación respetuosa. Ser decente es respetar a los otros, ser sensible ante sus necesidades, ideales y pensamientos, evitar el sentirse “por encima de”.
El deber de escuchar con atención es una expresión de la decencia; no querer imponer nuestros criterios; no dar golpes bajos, no mentir deliberadamente, no insultar ni denigrar, la decencia implica honestidad. Pareciese que hemos perdido todo sentido de la decencia en Panamá, a nivel individual y colectivo.
Si tomamos como ciertas las palabras de algunos personajes recientes, donde uno sin mayores reparos mencionó que si no se tiene dinero no se debe incursionar en la política y el otro sin el menor signo de sensatez aseveró que todos los panameños robamos, entendiendo que el mismo está confesando que roba.
La repercusión de esas declaraciones por el hecho de que quienes fueron los que las emitieron ocasionaría que en otros países deberían estar destituidos o por decencia haber presentado sus dimisiones dado que son declaraciones nefastas y aplastan el estado de derecho.
Pueden que estas declaraciones no sean actos delictivos, pero moralmente son reprochables y la indiferencia de quienes sean sus superiores o de la ciudadanía en general nos muestra el estado de deterioro en que se encuentra nuestra sociedad. Ayer no fuimos lo suficientemente previsorios para vislumbrar un estallido social, hoy no vemos semejantes actos de indecencia sin consecuencias. Hemos abandonado el país a la violencia, la impunidad, la delincuencia, la corrupción y ahora añadimos a la indecencia institucional.
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